EL PARAÍSO BUDISTA Y LOS CUSTODIOS DEL MUNDO
Hay mucho más que decir sobre la teoría budista o mitología
de la transmigración, especialmente con referencia a los nacimientos
inferiores, en relación con el folclore japonés. Así nos referimos al paraíso
budista, distinguiéndolo deJ los mundos celestiales, porque éstos son el
resultado de la transmigración y
están sujetos a la descomposición,
mientras que el paraíso jamás cambia ni decae.
La mitología budista enseñó que existen
numerosos «reinos de Buda», o paraísos, proporcionados por varios Budas para
recibir a sus respectivos creyentes. Estos territorios budistas son las
realizaciones de los votos compasivos de dichos Budas para ahorrarles a los
seres humanos la transmigración, y de las manifestaciones de los
inconmensurables méritos acumulados por ellos para este propósito. El paraíso
budista, por consiguiente, es una encarnación de la sabiduría y la compasión
del Buda, así como de la fe y la ilustración de los creyentes, y se llama «Tierra
de Pureza» (Jodo), o «Reino de Bendición» (Gokuraku), presidido por uno u otro
Buda.
Para no demorarnos demasiado en los puntos de vista
relativos a esos paraísos, la creencia en estos reinos de bendición ejerció una
gran influencia en la imaginación popular, y la descripción de esas condiciones
dichosas son frecuentes en mitos y cuentos. Estas descripciones son, no obstante,
muy semejantes y apenas dicen más sino que esos paraísos son los reinos del
esplendor perpetuo y del infinito bienestar. Sin embargo, cabe distinguir tres
paraísos principales, calificados de distintas maneras y situados en
localidades diferentes. Así, existe el Tosotsu-ten (Tusita), o «Cielo del
Bienestar», del Buda futuro Maitreya (en japonés Miroku), situado muy alto en
el ciclo; Cokuraku Jodo (Sukhavati), realizado por el Buda Ainita, el Buda de
la Luz y la Vida infinitas, situado al oeste; y finalmente, Ryojusen
(Grdhra-kuta), idealizado desde el Pico del Buitre, donde se cree que el Buda
Sakyamuni predicó el «Loto de la Verdad».
El primero, el «Cielo del Bienestar«, es un paraíso aún en
formación porque el Señor Maitreya será un Buda completo en el futuro, y su
paraíso está dispuesto para los que han de ser conducidos a la perfección final
ante él; por tanto, es una especie de antesala de un verdadero paraíso. La creencia
en ese paraíso es común entre la gente, y se cuentan muchas historias sobre
visitas ocasionales hechas al mismo por seres humanos.
El idealizado Pico del Buitre está situado en el tercer
mundo y lo alcanza el verdadero budista en esta vida gracias a su conocimiento
de las verdades enseñadas en el Loto.
Se le puede considerar como el mundo actual
transformado, y esta idealización del mundo presente lleva a los auténticos
budistas a tener una visión poética y simbólica de su entorno, incluyendo
flores y animales, e impresionándolos con la posibilidad de una estrecha comunión
espiritual con el mundo exterior. Cuando hablamos de los cuentos de animales o
plantas, nos referimos a la idea de que el alma de un animal o una planta puede
salvarse por el milagroso poder de la escritura del Loto; esta
idea es el resultado de la creencia de que el paraíso del Pico del Buitre se
halla al alcance de todo el que posee el conocimiento de las verdades reveladas
en tal escritura.
Pero la concepción paradisíaca que ejerció la máxima
influencia sobre las creencias populares fue la del Cokuraku Jodo, y cuando se
habla de un paraíso sin calificación explícita, la gente se refiere al paraíso
de Amita-Buda. Allí hay una balsa llena de ambrosía en donde surgen las flores
del loto, donde hay terrazas con árboles adornados con joyas, y las aves de este
paraíso entonan cantos celestiales, en tanto las campanas que cuelgan de los árboles
resuenan con una música suave agitadas por la brisa, y los ángeles (Tennin)
vuelan por el ámbito celeste y esparcen flores sobre el Buda y sus santos.
Estos detalles descriptivos eran familiares a todos los japoneses, y aparecen
una y otra vez en la poesía y en los cuentos, incluso siendo utilizados a
menudo en las conversaciones normales.
Según la cosmología budista, los innumerables paraísos están
habitados por seres de una perfección ideal, y el universo, que contiene incontables
mundos, está poblado de espíritus, unos benévolos, otros maliciosos.
Posponiendo la consideración de los espíritus maliciosos a
un capítulo posterior, diremos aquí unas palabras respecto a los grandes
custodios del mundo, los reyes de las hordas de espíritus benévolos. Son cuatro
y se les representa como guerreros bien armados, con espadas o lanzas en sus manos,
y pisoteando a los demonios. El custodio del Este es Jikoku-ten (Dhrta-rastra),
«el Vigilante de las Tierras»; el Sur está custodiado por Zocho-ten
(Virudhaka), «el Patrono del Crecimiento»; al Oeste se halla Kornoku-ten
(Virupaksa), «el Gran Mirón»; y al Norte está Bishamon-ten (Vaisravana), «el
Gran Creyente», o «Renombrado». Siempre vigilan a los demonios que atacan al
mundo desde las cuatro esquinas del Cielo, y se ocupan especialmente de los
budistas, cuidándoles con celo y ternura. En casi todos los templos budistas
había pinturas de estos custodios y asimismo eran las figuras favoritas en la
religión del pueblo. De los cuatro, Bishamon fue el más popular y en los últimos
tiempos incluso fue vulgarizado como patrón de la riqueza.
Es interesante saber algo acerca de los custodios chinos
como contrapartida de los budistas. La cosmología china enseña dos principios cósmicos:
Yin y Yang, y cinco elementos en la formación del mundo; los custodios del
mundo representaban principios y elementos predominantes en cada una de las cuatro esquinas. El custodio del Sur,
donde gobierna el principio positivo Yang, donde predomina el elemento apasionado,
vehemente, está simbolizado por el «Pájaro Rojo». Al Norte gobierna el «Guerrero
Negro», una tortuga, símbolo Yin, el principio negativo, y del elemento agua.
El «Dragón Azul», al Este, simboliza el crecimiento cálido de la primavera y el
elemento madera. El «Tigre blanco», al Oeste, representa el otoño y el elemento
metálico. Estos
custodios del mundo chinos existían junto a los reyes-custodios budistas, sin confundirse
con ellos en la mentalidad popular.
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